Lo decía mi bisabuelo Victoriano, quien hace aproximadamente cien años recorría con sus mulas y borricos los caminos de los pueblos de la Alcarria para vender lo recolectado en la huerta y conocía el terror de que el cielo cayera sobre su cabeza al lado de sus jumentos, imanes para los rayos, sin posibilidad de refugio. Vete tú a explicarle la física de las corrientes de aire húmedo, la electróstatica y la termodinámica atmosférica: quien no teme a una nube no teme a Dios y punto, contestaría ya anciano y ciego por culpa de un tallo de olivo sentado en un poyo junto a la puerta de su taberna.
La foto es del 26 de agosto de 2019, noche en la que ocurrió lo que mi bisabuelo tanto temía pero que a mi me pilló ocioso y medio enfurruñado en casa por no poder sacar mi nuevo telescopio a pasear, así que me di cuenta de que la habitación con mejores vistas es el cuarto de baño y allí que planté el trípode con la cámara haciendo tomas ininterrumpidas de 10 segundos a través de la ventana. El resultado es la composición de cuatro de ellas.
Tened cuidado, aunque no seáis temerosos de Dios.
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