La encontraréis en la vega del Arlés, entre Pastrana y Valdeconcha, al pie del barranco de Valdemorales.
Yo no la conocí en su esplendor; cuando las llamas la devoraron era muy pequeño y mi vida empezó con la familia buscando un nuevo comienzo.
Me gusta imaginarla como siempre me la han descrito mis padres y mis hermanos: una historia que empieza con el molinero José y su esposa Segunda, sus ocho hijos Luisa, Claudio, Leopoldo, Martín, Sebastiana, Purificación, Petra y Ángel, mi padre, y el duende Martinico (los Corregidor disponemos de nuestro travieso duende particular y aunque ya no mezcla la avena con el trigo sigue haciendo de las suyas de vez en cuando) que hacia 1928 dejan de ir con su carro de molino en molino para definitivamente ser propietarios del suyo: la fábrica de harina de San Blas, que después tuvo una hermana de aceite. Desde su llegada hasta la ruina del incendio transcurrieron cuarenta años de vida, dos generaciones que trabajaron para hacer de ellas aquello que yo no puedo recordar, pero sí imaginar.
Me gusta imaginarla cuando la modernizaron con maquinaria suiza, con el sonido de los molinos y la turbina a pleno rendimiento; con el planchister separando la harina de la sémola; con el agua del caz fluyendo alegre desde los azudes de Valdemorales y del Arlés cerca de Valdeconcha junto a viñas, almendros, nogales, cerezos, acerolos, lilos...
Me gusta imaginarla en pie aunque solo quedan vigas de acero retorcidas por el calor de aquel maldito incendio; con la vivienda familiar al lado; junto a ella el almacén ahora derruido, del que antes de hundirse desaparecieron todas sus tejas; y junto al almacén el transformador eléctrico, del que desapareció todo el cobre y que en su momento fue el primero en suministrar electricidad a mi pueblo, Pastrana; y junto al transformador eléctrico la granja, de la que solo quedan unos arcos de ladrillo rojo al lado de las moreras y las zarzas; y junto a la granja la fábrica de aceite, de la que ya no queda nada: únicamente recuerdo que en la era de la entrada estuvieron una enorme tinaja y los molones de granito que desaparecieron y después vi en un elegante jardín de mi pueblo... no solo la Collares rapiñaba lo que veía por los pueblos y le gustaba: a algún ministro de su marido también le iba esa afición, o más probablemente a sus aduladores locales.
La veo levantándose la primera todas las mañanas, dar de comer a los animales, coger los huevos de las gallinas y ocas de la granja para preparar tortillas de colas de cangrejos de río -de los de entonces- pescados en el caz, algo que a día de hoy no se podría pagar ni a precio de angulas en Navidad. Una mujer que trabajó para la prosperidad de los suyos como tantas -todas- las de la época y que vio -todos vieron- normal que así fuera.
Me gusta imaginarla con todo lo que falta de lo que se ve en estas fotos.
Es precioso, Francis.
ResponderEliminarlos pelos de punta
ResponderEliminarJusto y medido tu blog.
ResponderEliminarEnhorabuena, me gusta mucho.
ResponderEliminarAlguna lágrima si que se me salta al recordarla, yo la conocí en plena labor, al abuelo Pepe con su barriga y su cara de buena persona y la abuela Segunda, menuda y vivaracha llamándonos a los nietos para darnos la merienda. Gracias Francis.
ResponderEliminarGracias a ti. Aunque de la familia no sé exactamente quien eres.
EliminarAdolfo Corregidor Gascia.
EliminarGracias
ResponderEliminarMaravilla de familia ejemplar,que de la nada hicieron un pequeño imperio.GraciasCorregidor
ResponderEliminarpor el hambre que nos quitasteis quitasteis!!!
Que orgullosa estoy de la familia Corregidor.
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